Musiquillas Guerreras, por Ildefonso Arenas


"La Justicia Militar es a la Justicia lo que la Música Militar es a la Música"

Esta venenosa sentencia la dejó caer Martín Prieto, a la sazón corresponsal de El País en el consejo de guerra contra Milans del Bosch, Armada, Tejero y los otros que nos dieron aquel susto tan horroroso. Lo hizo en una crónica muy celebrada, según parece para insinuar la baja calidad que cabía esperar de la justicia militar española de los tiempos. No pretendo meterme en ese carajal, pero en el lado lúdico de su regla de tres estaría de acuerdo con su primera derivada: la música militar, sin apenas excepción, es lamentable. Su indecencia no sólo le viene de su propósito (hacer que los reclutas infelices marchen alegremente al matadero), sino de sus partituras, por lo general nacidas en mentes muy enfermas, y de sus ejecutores, que si bien suelen ser suboficiales resignados (de algo hay que comer) a menudo les dirigen enajenados charangosos capaces de conseguir que cualquier cosa, por delicada y hermosa que sea, suene a cuartel.

Hay piezas, sin embargo, cuya belleza se sobrepone a los designios de cualquier chusquero encogorzado. En algunos casos se ignora la naturaleza del milagro, pero hay unos cuantos donde las causas están identificadas. El objeto de esta página inocente es divertiros un poquito con la esencia y con la historia de unas cuantas piezas que quizá os suenen sin ser capaces de identificarlas, y nada más. Aquí, en resumiendas, se trata de bemoles, no de cañones.

Si a un ciudadano de cultura media-alta se le pregunta por la obra de Beethoven contestaría que compuso nueve sinfonías (bueno, nosotros ya sabemos que fueron diez), horrores de conciertos, muchas sonatas, unas cuantas misas y cantidad de cosas más, pero probablemente no sabría que también compuso una exquisita colección de música militar. Con virtual seguridad, la más hermosa que se haya compuesto jamás. Si no tanto, de las que más. La que os traigo aquí es fruto, como siempre cuando se habla de Beethoven, de su habitual estado administrativo: una mano delante y otra detrás. Corría 1809 y Viena estaba muy deprimida. El Kaiser Franz, aún más. Bonaparte, en Wagram, otra vez le había dejado sin ejército, la economía estaba fatal, el cólera le aliviaba considerablemente su problema de paro y, de postre, su recién estrenada emperatriz italiana, de veintiún añitos y un verdadero primor según quienes la conocían, estaba tuberculosa perdida. El archiduque Anton von Österreich, uno de los dos mecenas habituales de Beethoven (el otro era el embajador ruso, Razumovsky, pero éste atravesaba una época muy mala), pensó que les podría estimular un poquito las pajarillas ofreciéndoles una gran parada de caballería (el Kaiser Franz disfrutaba mucho con esas cosas, como todas las mentes sencillas; en su caso, ni sus peores enemigos le habrían podido acusar de padecer un cerebro), con motivo de la inauguración de algún palacio, uno de los muchos que encargaba (el de Lachtenberg, me parece recordar). La parada se celebró a su debido tiempo, aunque no fue un éxito, dada la evidente preocupación del Kaiser por el estado ausente de la Kaiserin (al pobre diablo no se le había ocurrido que a su señora esas cosas le aburrían). Así habría pasado a la historia el zapfenstreich WoO 18 de Ludwig van Beethoven, compuesto y orquestado en poco más de una noche de grandes libaciones, pero el agregado militar de la embajada prusiana, Von Bülow, que era una gran músico, hechizado por la partitura se hizo con ella y la pasó sin vacilar al Königlich Preussische Armee (KPA), que la hizo suya de inmediato (sin pagar un cochino tháler por derechos de autor).


Teniente General Miguel-Ricardo de Álava y Esquivel


El 7 de julio de seis años después, el General Álava, embajador español en París, se quedó maravillado al ver desfilar por los Champs Élysees al 25º Infanterieregiment, que acababa de entrar en París de muy malos modos, al compás de aquella música extraordinaria, marchando al paso de la oca (era la única unidad del KPA que aún lo empleaba) y luciendo con orgullo sus calaveras plateadas en sus averiados chacós, pues aún lucían los uniformes negros pespunteados en rojo y de botones dorados (con los años serían los colores de la bandera alemana, por culpa precisamente de ese regimiento) que vestían desde hacía dos años, cuando aún eran una fuerza partisana (el Freikorps Lüztow), y que estaban de pena. Les debió gustar tanto aquel paseo que se han pasado un par de siglos repitiéndolo siempre que han podido.





Desde aquella bonita mañana de verano la marcha #18, que pocos años después comenzó a ser más conocida por Yorck'scher Marsch, siguió a todas partes al ejército prusiano, y después al alemán. El genio de Beethoven es tan grande que a pesar de haber sido expropiada por los chicos del NSDAP volvió a ser una de las piezas más celebradas de la Bundeswehr (cuando un regimiento de artillería ligera alemán fue invitado a participar en el desfile nacional francés, el 14 de julio y en les Champs Élysées, lo hizo precisamente a ese compás), y no sólo de la Bundeswehr. Una propiedad nada conocida del pueblo alemán es su insuperable talento para combinar lo incombinable, lo que se da de patadas entre sí. Yo la descubrí en el verano de 1967; lo pasé en Frankfurt, trabajando y con unos horarios atroces que me hacían cenar a las dos de la madrugada. A esas horas el único sitio donde se podía engullir un filete con patatas era un antro cercano a la Hauptbahnhof donde, una vez explicabas que ibas a cenar y no a pecar, las señoritas del salón te dejaban en paz, aunque no por eso te librabas de presenciar el espectáculo. 45 años después me resulta enternecedor, pero en el 67 encontraba fascinante, según masticaba, presenciar las evoluciones en el escenario de una docena de walkirias guapísimas y grandísimas, vestidas con un casco de la Wehrmacht y botas de caballería (con espuelas), y en todo caso el reloj, marchando al paso de la oca con el Yorck'scher de Beethoven resonando en el local. Conservo muchos recuerdos raros de mis primeros viajes por Europa, aunque como ése, ninguno.

La marcha militar británica por excelencia es la British Grenadiers. Todos la hemos oído alguna vez, aunque quizá sea en la prodigiosa Barry Lyndon donde más nos ha maravillado. ¿Os acordáis? 





Esta marcha, orgullo indiscutible de las armas británicas, resulta que no es británica: es alemana. A mediados del XVIII el gobernador de Hannover encargó a Johann-Christian Bach, uno de los innumerables hijos de Johann-Sebastian, una marcha guerrera para ser presentada, en su nombre, a la recién casada reina de Inglaterra, de soltera Charlotte von Mecklenburg-Strelitz, que a la sazón no hablaba ni papa de inglés y que se lo pasó en grande, riéndose como una loca, cuando Johann Christian, tras interpretar la marcha para ella en un clavicémbalo, se quedó a charlar un ratito. Qué cosas, ¿verdad? 

De las British Grenadiers hay infinitas versiones. Si esta suena tan espectacularmente bien es gracias a los arreglos orquestales que le aplicó Wendy Carlos (no estoy seguro, pero quizá por aquella época, 1976, aún se llamara Walter Carlos; es que llevaba un tiempo pensando que de mujer se sentiría más a gusto). El mismo Walter/Wendy (exquisita y excelente persona donde las haya habido; a Monseñor Reig no le gustaría, pero tengo la seguridad de que habría vivido estupendamente, y la mar de tranquilo, sin sus bendiciones) arregló magistralmente, bordeando la magia negra, otra pieza fundamental de la música militar británica (bueno, no lo es del todo; es que nació irlandesa).




El Lilibulero, que así se llama (con frecuencia figura como Lilliburlero, pero ése es un nombre incorrecto), nació en 1641, durante los desórdenes semirrevolucionarios entre los irlandeses unionistas (los que a toda costa querían seguir siendo británicos) y los soberanistas o republicanos, que no querían ser súbditos de un rey inglés, ni que en su bendita isla les mandasen los ingleses, ni que les impusieran una lengua que les cabreaba. Entre los unos y los otros había indistintamente católicos y anglicanos, de modo que todo eso que nos contaban los incapaces que nos engañaban en el Ramiro con la Historia (quizá porque no les dejaban hacer otra cosa) es para revisarlo con la debida desconfianza. El Lilibulero es una marcha unionista; nació como fondo de una letra olvidada, una que básicamente reflejaba el deseo de reducir cuanto antes y cuanto más fuera posible el número de recalcitrantes que no querían hablar inglés. Con el tiempo se volvió una marcha militar desideologizada, tanto que se volvió un símbolo de 'lo británico' cuando la BBC la eligió como sintonía de sus emisiones para la Europa ocupada por la Wehrmacht. Ni que decir tiene que hoy en día sigue siendo inmensamente popular.

El Lilibulero es un 'traditional', la clase de obra que no tiene autor reconocido e inequívoco. Otro 'traditional' británico exquisito, aunque mucho menos conocido, es el 'Robert the Bruce'. Trata del rey escocés que barrió al ejército inglés en una batalla llamada de Bannockburn, gracias a la cual Escocia vivió durante tres siglos felizmente independizada de Inglaterra. Por bien que los regimientos escoceses convivan con los ingleses el caso es que aquellos, sobre todo si padecen oficiales ingleses, no vacilan en meterles un dedo en el ojo de vez en cuando, y una buena forma es entonar en gaélico escocés (se parece al irlandés tanto como el catalá de la Cerdanya al del sur de Alicante) el Robert the Bruce. Eso precisamente hacía el 92º de Infantería al amanecer del 16 de junio de 1815, minutos antes de comenzar una marcha de 40 km que acabaría en Les Quatre Brass. Entonaban esta pieza, que es maravillosamente melancólica (sobre todo si se interpreta con sólo flauta y pífano), como siempre que iban a entrar en combate, en recuerdo de sus tierras montañesas (el 92º era un regimiento profesional; su gente llevaba seis años combatiendo en Portugal, España y Francia, y entonces empezaban de nuevo en Valonia), donde no llamaban la atención sus amplios kilts (bajo los que no llevaban nada, como manda la tradición). La escena la dejó bien recogida el General Álava, que aquel amanecer congelaba su puesto de embajador en el Reino Unido de los Países Bajos para transformarse en comisionado de SCM Fernando VII de España en el Army of the Low Countries, aunque en realidad -pocos los sabían- en jefe del estado mayor del Duque de Wellington.




Si estos 'traditionals' carecen de padre reconocido, las obras que os ofrezco a continuación tienen por autor a todo un rey, Friedrich der Grosse (Federico II el Grande). Fue un rey muy poco al uso. Despreciado por su padre, que le quería ejecutar (los mariquitas no le gustaban mucho), nada más heredar la corona demostró unas aptitudes militares (tácticas, estratégicas y organizativas) fuera de lo común (un buen rey debe limitarse a ser incompetente, lo que casi todos han tenido muy bien aprendido), que pronto complementó con un asombroso sentido del estado. Ahora, no vivía exclusivamente para eso. Durante buena parte de su vida se rodeó de personas interesantes y valiosas (le apasionaban los cínicos, como a cualquiera con cerebro; de ahí que su corte registrara la presencia de unos cuantos, encabezados por Voltaire), ante las cuales no le daba rubor mostrar una parte muy reservada de su personalidad: era un músico excelente, con gran talento para componer y para interpretar. La primera pieza, el vibrante Hohenfriedberger, la compuso en honor de los hombres que ganaron una gran batalla (Hohenfriedberg), en la proporción 1:3, al gran ejército de María Teresa de Austria, a consecuencia de la cual se quedó con Schlesien (Silesia) de un modo por demás elegante. Si bien es una obra magnífica, los arreglos de Walter/Wendy Carlos la llevaron al límite de lo sublime.


 

Estas dos, marchas de granaderos de los regimientos Marwitz y Selchow, se le imputan, si bien la evidencia no es absoluta. Sean o no suyas, son piezas asombrosamente delicadas, mucho más de lo usual en la música regimental prusiana del XVIII. Quien la compuso debió padecer una sensibilidad exquista, y de eso Friedrich der Grosse rebosaba.







La música militar francesa es uniformemente buena, pero en su mayoría es cantada. Es muy difícil dar con videos de suficiente calidad donde la estrella sea la música y no las voces. Si los encontrase (por ahora no desfallezco) añadiría en este punto los preciosos y diversos 'Pas de Charge' y 'Pas de Maneouvre', aunque de momento sólo puedo mostraros algo de verdad extraordinario: la marcha de la Garde Consulaire con los prodigiosos arreglos que Nino Rota le añadió para la película de 1970 Waterloo.





En general, la música militar española es excelente para objetar. Quizá sea culpa de los 39 años de dictadura que no hace mucho disfrutamos, pero el caso es que, si bien algunas melodías podrían salvarse, los arreglos charangueros con que se les castigó con tan extrema dureza determinan que sus CD's sólo sean buenos para recomendarlos a gente que (1) nos caiga verdaderamente mal y (2) no haya posibilidad de que puedan vengarse. Ahora, como en casi todo, hay excepciones. No sólo porque las melodías son buenas, insisto, sino porque gracias a los dioses han logrado mantenerse a salvo de los arreglos chusqueriles. Una que ilustra bien lo que aquí digo es la que sigue, el Clarín de los Mosqueteros de Francia. Su autor, Gaspar Sanz, no sólo quizá sea el más genial de los compositores españoles; además es el más desconocido, y por si fuera poco es el más plagiado. Nacido en Teruel y muerto en Madrid, la mayor parte de su vida creativa la pasó en Nápoles, donde compuso auténticas joyas, primorosas obras de arte que la mayoría de la gente desconoce. Espero que esta pieza militar, tocada por un buen hombre que sólo se fijó en su exquisita estructura para guitarra de seis cuerdas, os despierte la curiosidad.




Un excelente ejemplo de arreglo charangoso-chusqueril es esta desdichada Marcha de Infantes. Es, que yo sepa, la pieza más antigua de la música militar española. El ejército británico que luchó en España durante la guerra peninsular, entre 1809 y 1813, llegó a conocerla bastante bien, pues cada vez que Wellington (bueno, en los primeros años de la guerra sólo era el General Wellesley) se dejaba caer en un regimiento español lo primero que hacían, nada más verle, era torturarle con eso (según las reales ordenanzas de Carlos III, era preceptivo que sonase a la llegada del comandante en jefe, el que fuese). La banda del 92º, que solía escoltarle, acabó por aprenderse la partitura. El día de Waterloo, 18 de junio de 1815, el Army of the Low Countries casi al completo le recibió en el plateau de Mont-St.-Jean a eso de las seis de la mañana (venía de dormir como un señor en una posada de Waterloo, milla y pico más al norte); según iniciaba la revista previa a la batalla, la banda del 92 interpretó en su honor (es de suponer que para determinar de qué tal leche venía) una Marcha de Infantes que ruego al cielo sonase mejor que esta:




El General Álava, que cabalgaba junto a él, explicó tiempo después que aquella broma del 92º le hizo gracia, porque dejó asomar una sonrisa, fenómeno absolutamente inhabitual los días de batalla. Por lo demás, la Marcha de Infantes sigue viva y en forma, sonando todos los días aquí y allá. Es una pieza breve y oficialmente sin letra, si bien oficiosamente se sabe que hay una. Comienza con 'Ya viene el pájaro, ya viene el pájaro...', y no digo cómo sigue porque aquí hay generales. Lo curioso es que, según parece, hay otra Marcha de Infantes, más moderna y nada charangosa, incluso ciertamente delicada (así, con este nombre, la he pescado en Internet, pero después he comprobado que su nombre real no es ése; es la Marcha de Fusileros de 1769; la confusión está muy extendida, de modo que resulta difícil de encontrar con su propio nombre, más aún descargarla en MP3, y de momento no lo he conseguido en vídeo). A ver si os gusta:






Esta es la última (hay más, pero no he encontrado video-clips de suficiente calidad). Es la Marcha de Granaderos de 1761. Una pieza muy antigua, ya véis (contemporánea de las de Friedrich der Grosse). Es posible que la melodía os resulte familiar, pero no os confundáis, porque esta es una marcha de guerreros, no de políticos. Por eso es preciosa.






Esto que sigue es una cortesía especial de nuestro gran amigo Ángel Quesada. La música, en realidad, no vale gran cosa, pero no tendréis muchas oportunidades como esta de ver desfilar chicas estupendas al paso de la oca, con minifalda, tacones y ametralladora.




Este es otro ejemplo de excelente música militar española. Se llama Calacuerda, la compuso un señor del que no sé mucho y que se llamaba Espinosa, y lo hizo el año 1761. Ahora, además de todo esto, ha sido el aprendizaje de servir música en formato MP3 desde un Blog, cosa que hasta la fecha yo creía imposible y que, si todo sale bien, pues resultará que no, que sí es posible. Lo vamos a ver enseguida. Todo será cuestión de pinchar aquí (funciona estupendamente, que ya lo he comprobado; al 'pinchar' aparece una página en lugar de esta donde estáis; es la página del servidor de música; debéis pinchar en el símbolo de 'play' -la cabeza de flecha que señala a la derecha-; cuando acabéis, o cuando os canséis, pinchad en la flecha a la izquierda de arriba a la izquierda -botón de retroceso-, con lo que volveréis a esta página):




10 comentarios:

  1. Alfonso, muchas gracias.
    Esperamos la próxima

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    1. No soy un experto en nada. Sólo es un poquito de cultura, y en el caso de la música no se la debo al Ramiro. Allí no daban de eso. Es una pena que todo se lo dieran al balón y a las peliculillas idiotas del salón de actos. Mejor nos habría ido con más Beethoven y menos Basket, más Miró y menos Ben-Hur, más Aldous Huxley y menos José María Sánchez Silva (todavía me repite el Luiso de 4º), más bikinis y menos sotanas, más Pasionaria y menos Camarada Paco, más libertad y menos dictadura. De haber ido así las cosas hoy te escandalizarías mucho menos.

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  3. ATENCION Vista a la derecha ar...
    Arriba España - Arriba
    Arriba Franco - Arriba
    Vista al frente ar...
    A mi, no he podido por menos, me ha inspirado aquel redoble de tambor junto al desfile al entrar a clase cada mañana y la variación de los de cabeza. Ya se que a algunos les puede repatear el higadillo el recuerdo del desfile aquel, pero es uno de nuestros recuerdos imborrables.
    Abzs.

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    1. Vicente, no desfilábamos con músicas tan buenas. Aquello era un chunda-chunda cuartelero de los que conducen a odiar la música. Es asombroso que hayamos sobrevivido no a la ceremonia, sino a la horrísona tamborrada de cajas destempladas. Habría sido mucho más bonito de haber podido hacerlo al compás de la segunda Marcha de Infantes, ¿no te parece? En cuanto a que sea un recuerdo imborrable, no te quepa duda. No hay forma humana de borrarlo.

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  4. ¡ Jolín Alfonso !. No te nos pongas ansí. Las marchas son eso, marchas que a su compás se andaba a un ritmo para que el rebaño no se desmandara. Las que oíamos, que seguro que no escuchabamos, eran las del la época y de los que mandaban, que oficialmente no eran ni monarquicos y lo del infante podía ser hasta herético.
    A mi, personalmente, me va la marcha ¡je, je, je! y lo mismo he comprado y escuchado, claro, marchas prusianas, las de Sousa americanas, de Semana Santa sevillana, el Himno de Riego y el de los Partisanos, del Imperio Japonés y Británico y otras. De alguna manera representan o pretenden representar la cultura de un pueblo, y eso se trasluce al escucharlas.
    En el Ramiro nos "entraban" al paso y como borreguillos que éramos y que ya no somos, al menos eso espero.

    Dos apuntes mas: 1- El que tocaba el tambor en mucho tiempo era un primo mío. Así que no te metas.
    2- He tenido la suerte de vivir en La Habana (Cuba) y allí mi sorpresa fué, en aquella época 75/76, ahora ya no es sorpresa, que en sus colegios los niños "pioneritos" ellos, desfilaban igual con bandera etc, etc.
    Y otra, y ya corto hasta seguir el debate: Estuve en London en el 70 y fuimos al cine. Antes de la película sonaba el "God save the Queen" y la gente se levantaba.
    Que no soy la "Espe" ¿eh?, pero a veces se echa un poco de menos la educación verdadera en los valores patrios.

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  5. la Justicia Militar y la Música Militar.
    Ayer pusieron una película en un canal "Senderos de Gloria" de Stanley Kubrick. Me enteré que estuvo prohibida en España hasta ¡¡¡¡1986!!!! (la película es de los 50).
    Eso es la Justicia Militar "típica". No es música.

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  6. Hay muchos valores pátrios distintos que "los ejércitos", esa fué una de las grandes mentiras y barbaridades que nos hicieron tragar pero hay otras, cad uno puede tener las suyas. Pero es bueno que, sin llegar a la paletería, exista la "patria chica". Algunos de Madrid echamos de menos haber sido un poco "de pueblo" y menos urbanitas, como ahora se dice.

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    1. Debe ser verdad. En mi caso lo es, al menos. Siendo madrileño de cuatro abuelos, hace 32 años huí a Majadahonda, y desde entonces tan feliz. Vivir en un pueblo es una delicia. En cuanto a Madrid, el PP ha conseguido convertirla en una de las mejores ciudades del mundo para irse de allí.

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    2. Gracias Alfonso, creo que es un buen colofón y una posible visión de futuro. Por lo demás la música es china, con viento en popa.

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